C/ Moratines 22, Esc.1, 1ºB Sede del Sindicato de Comisiones de Base |
Por Arash
UNA TRAVESÍA POR LA
HISTORIA REPLETA DE ACIERTOS Y TROPIEZOS
En 1847 Karl Marx y Friedrich Engels, promotores del Comité Comunista de
Correspondencia, deciden integrarse en la Liga de los Justos.
Poco después esta sería transformada en la Liga de los
Comunistas. Detrás de la Liga de los Comunistas existía
todo un hilo de discrepancias, discusiones y decisiones acumuladas
tenidas lugar en sus antecedentes, cuestiones a las que todavía
pueden recurrir los comunistas si hacen memoria.
Uno de estos debates
que discutieron en el siglo XIX y que significaron, en
su día, una bifurcación del camino para muchos intelectuales y
muchas organizaciones, tuvo que ver con el tipo de práxis (teoría
de la práxis) que se debía llevar a cabo para lograr que la
humanidad estuviera tal y como debería estar
(como se
refirió al comunismo alguno
de aquellos
de entonces).
¿Qué rumbo debía tomar la organización? ¿Reforma o revolución?
Este clásico debate fue retomado por la revolucionaria Rosa
Luxemburgo bastante tiempo después en su obra homónima al respecto
del mismo, "Reforma o Revolución", para enfrentarse
a las exposiciones reformistas sostenidas por el revisionismo
marxista defendido por Eduard Bernstein, ideólogo de referencia en
el seno del Partido Socialdemócrata alemán y en el resto de los
europeos, y que negaba la necesidad de la revolución.
Hubo un tiempo en el
que el revisionismo marxista pareciera haber estado fundamentado en una honesta
intelectualidad marxista, como Bernstein lo era en su forma de ser
vocero de la reforma. Hoy parece, con mucho más descaro, que es de
la propia dinámica de una lucha de clases en la que la oprimida está
en desbandada y sobre la que esta apenas tiene un control que vaya
más allá de la espontaneidad (porque sus organizaciones existentes
están en crisis, siendo francos), de donde debemos explicar la
existencia de esta discrepancia reforma-revolución, particularmente
hablando, aunque no sólo, por la existencia de la primera.
Con mucha menos
elegancia y con una dosis incomparablemente mayor de oportunismo,
existe esta discrepancia del siglo XIX que, sea este el momento de
mencionarlo, fue malinterpretada y atribuida por cantidad de
militantes desorientados (muchos de ellos comunistas), a proyectos
sociales, económicos y políticos que no pretendían cambiar de base
el mundo sino sólo "mover algunas piezas" para reinstaurar
el Estado de bienestar, esto es, salvar el capitalismo no renunciando
a los privilegios pequeñoburgueses de quienes realmente los
impulsaban.
Me estoy refiriendo,
para que quede claro, a esa tendencia pasada (sobretodo) y presente
(también) en concentrar la atención "anticapitalista" en
el hecho de que el movimiento quincemayista y sus productos varios
fuesen pacíficos (si alguna atención debía acaparar no era la de los
anticapitalistas, más allá de la sensibilidad de todo aquel humano
que sabe o intuye lo que duelen los porrazos y pelotazos), dando confusamente a entender y suponiendo inconscientemente que
estaríamos más cerca de lograr y acariciar la revolución social si
consiguieran que estos se radicalizasen en las formas, algo que sólo
significaría una radicalización formal de quienes, como se ha dicho
y se repite, impulsan los mismos: la pequeña burguesía, el pequeño
capital asustado de desaparecer del mapa y del mercado y oprimido por
la competencia y el crédito; oprimido por el beneficio del gran
capital industrial y/o comercial y por el interés del capital
financiero. Un movimiento violento (que no revolucionario; hace mucho
que tal clase social no puede hacer revoluciones por sí misma) de la
pequeña burguesía fue, ni más ni menos, el movimiento de Grillo y
los grillini en Italia hace 6 años y su continuación, el movimiento de las "Horcas": hagan la prueba de comparar aquel y sus productos, con este último movimiento y, si tuviesen que decidir cuál de los dos se ha parecido más al fascismo del siglo XXI, elijan cual.
Cuando ha habido
algún síntoma de radicalización reseñable del movimiento
ciudadano en España, protagonizado en todo momento por la pequeña
clase propietaria y las clases medias, este ha consistido, ni más ni
menos, en una profundización en la perspectiva corporativista que
trasciende por la derecha lo que ya es propiamente de derechas, lo
liberal, hacia lo ideológicamente conservador, y que siempre fue
característica profunda en el discurso "indignado". No fue
otra cosa alguna afirmación, de la que algunos no nos hemos
olvidado, de una forma vertical y autoritaria de sindicalismo, involución del sindicalismo liberal, amarillo y de pacto social, pero aquella vez, como dijeron algunos, con "emprendedores"en sus filas. Ni tampoco las tentativas antiparlamentarias y golpistas, continuación de la crítica liberal esclava de la"divina", adorada y eternamente insatisfecha representación –una auténtica mierda porque la clase trabajadora
está prácticamente excluída de ella a través de diversos
mecanismos cuyas orígenes no residen siquiera en el campo de la
política—, que siempre le vino fetén ser adornada con ILP's y
(ciber)democracia directa para burgueses y acomodadas clases medias,
pero entonces –pretendían— sin respectar la democracia liberal y su sistema electoral. Ni tampoco fue otra cosa distinta, por
supuesto, la formación del partido de los círculos, a modo, en muchos aspectos, de
movimiento nacional, con un discurso igualmente interclasista, pero
que se autoarroga la representación del pueblo y se presenta hostil
a la concepción liberal del Estado cuando trata de reducir los
mecanismos de participación indirectos del Estado , por los suyos
propios, todavía más estrechos, más indirectos, y menos sometidos
al control público –porque el Estado está mucho más regulado
legalmente que cualquier partido político; sino pregúntense por qué
existen partidos fascistas.
Pero, ¿acaso
podemos hablar de algún logro en aquello que no ha sido testigo de
una radicalización en tal sentido negativo? ¿Se ha logrado más
democracia? ¿Supone realmente la sustitución de un bipartidismo por
un tetrapartidismo (o penta, si quieren; este es el "logro", aunque aún está por ver), esto es, la "apertura
política", o "regeneración política" en el mejor de
los sentidos, un aumento de la pluralidad política, sin
acompañamiento de un proceso de apertura de planteamientos estructurales? Sí, si
la política se ha convertido en una farsa a modo de simulacro de
pluralidad; no, si además de lo anterior, nos negamos a que política
signifique un libre mercado de valores de cambio más o menos
intervenido, en el que se compra de entre una amplia oferta de calidad: empresario entrega
sobre por aquí al concejal de la derecha, "ciudadano"
entrega voto por allá al modelito de la izquierda, y a cambio
sitúan por delante al patrón en la negociación colectiva y dan por
el culo al obrero con los recortes en paro y seguridad social,
respectivamente. Toda una competencia entre dogmáticos de derechas y
oportunistas de izquierda.
¿Saben que, al
margen de la valoración ideológica particular y de las
consecuencias, el conservadurismo, históricamente ligado a la
defensa de los intereses de otras clases sociales reaccionarias
distintas de las clases sociales a cuyos intereses ahora también
está ligado, pensaba que tanto el trabajo como el comercio eran
actividades que no generaban riqueza, y que defendían el papel
fundamental de la tierra, ni del capital ni del trabajo? ¿O que,
ligado en ocasiones a los intereses de un segmento más selecto de la
nobleza –la realeza—, eran partidarios de la acumulación de
riqueza de los Estados, por entonces absolutos y sinónimos de las
monarquías que sostenían? ¿Y que la socialdemocracia era
partidaria de la socialización de los medios de producción, porque
entendía que lo que se encubre como derecho a la propiedad privada
no es sino sino el derecho de una minoría social a expropiar el
producto del trabajo social?
Al margen de que la valoración ideológica de la evolución (que por cierto, ya se está comenzando a invertir/reconvertir en involución) de los planteamientos históricos del conservadurismo sea positiva, en tanto que es mil veces preferible que tener a unos representantes de la clase explotadora trangresores de conquistas populares y obreras como las del sufragio universal o el mínimo sometimiento de la burguesía a una legalidad formalmente democrática, o en tanto que esto haya ocurrido durante la transición del feudalismo –que deseaban conservar— al capitalismo –que ahora defienden— y la consolidación de este último, el que la vasta mayoría de los partidos conservadores y socialdemócratas (y liberales; y además, todos los partidos y candidaturas emergentes o emergidas de cualquier nivel territorial que aspiran a imitarlos) sostengan al unísono la necesidad (suficiente o insuficiente) de la distribución primaria, injusta y desigualitaria de la renta que asigna el mercado capitalista, así como que todos los proyectos económicos (incluso los que dicen defender el trabajo) pasen por la satisfacción prioritaria de la renta del capital, no es sino una prueba de que impera el pensamiento único y totalitario en el mundo político, económico, o académico. Huelga decir que cuando los conservadores se comportan excepcionalmente, es para peor –alianza con el fascismo o progresiva identificación con él—, y cuando se ha tratado de indagar lo más mínimo el significado de la verdadera democracia, la social, el decreto y el golpe de Estado ha venido siendo su frustración en parlamentos y universidades.
Al margen de que la valoración ideológica de la evolución (que por cierto, ya se está comenzando a invertir/reconvertir en involución) de los planteamientos históricos del conservadurismo sea positiva, en tanto que es mil veces preferible que tener a unos representantes de la clase explotadora trangresores de conquistas populares y obreras como las del sufragio universal o el mínimo sometimiento de la burguesía a una legalidad formalmente democrática, o en tanto que esto haya ocurrido durante la transición del feudalismo –que deseaban conservar— al capitalismo –que ahora defienden— y la consolidación de este último, el que la vasta mayoría de los partidos conservadores y socialdemócratas (y liberales; y además, todos los partidos y candidaturas emergentes o emergidas de cualquier nivel territorial que aspiran a imitarlos) sostengan al unísono la necesidad (suficiente o insuficiente) de la distribución primaria, injusta y desigualitaria de la renta que asigna el mercado capitalista, así como que todos los proyectos económicos (incluso los que dicen defender el trabajo) pasen por la satisfacción prioritaria de la renta del capital, no es sino una prueba de que impera el pensamiento único y totalitario en el mundo político, económico, o académico. Huelga decir que cuando los conservadores se comportan excepcionalmente, es para peor –alianza con el fascismo o progresiva identificación con él—, y cuando se ha tratado de indagar lo más mínimo el significado de la verdadera democracia, la social, el decreto y el golpe de Estado ha venido siendo su frustración en parlamentos y universidades.
En España, la
experiencia indignada tampoco ha sido precísamente una excepción. Es más, el
horizonte que la ha guiado –la democracia liberal norteamericana,
en la que se elige todo, hasta el sheriff del condado—, ha logrado
introducir parcialmente lo que es norma integral en la degenerada democracia liberal de los EEUU: la idea del consenso y sus nefastas
consecuencias en multitud de organizaciones (así ha funcionado los
degenerados movimientos ciudadano y estudiantil, entre otros), así como las
primarias abiertas, que no son sino herramientas de dominación y control por el poder, han sido adoptadas por muchas organizaciones
políticas. La teatralización de la democracia liberal ha sido un
correlato proporcionado de tales "logros" en un lugar y en otro: en
España, a diferencia de lo que sucede en los Estados Unidos, no son
oligarcas capitalistas los que proponen sus candidatos, a través de
los partidos demócrata y republicano, a la ciudadanía desclasada;
son otros capitalistas los que lo hacen a través de los partidos
emergentes nuevos, y de muchos de los viejos, que no son oligarcas
–no al menos del IBEX35, desde 2007—, los socios de Atresmedia
Corporación de Medios de Comunicación S.A., que han logrado
convertirse más que nunca en los propietarios privados de los
"verdaderos parlamentos", los que de verdad le
importan a los ciudadanos, mucho más que los del Estado y demás
administraciones públicas: la vergüenza detestable de los platós
de televisión. Esto sí que es lamentable e impresentable...
La discrepancia
reforma-revolución, pues, habiendo aclarado el error de atribución
mencionado justo antes, y atribuyéndola correctamente al espacio al
que hay realmente hay que atribuirla, esto es, esta discrepancia
reforma-revolución para interés de quienes quieren y se plantean
acabar con el capitalismo y no salvarlo, sigue vigente en la
actualidad. Si no que se lo pregunten a lo más ideológicamente
honrado de la tradición eurocomunista, es decir obviando a todo lo
que de keynesiano y populista pudiera haber en las organizaciones,
plataformas o coaliciones afines y/o sostenedoras de ella. Hablamos
precisamente de la toma de partido por la reforma en ese debate,
entonces.
Los comunistas
tomaron otras muchas decisiones a lo largo de su historia. En el
último cuarto del siglo XIX sabían que no podían quedarse al
margen de lo que ocurría en un escenario que, por entonces,
sirviendo de parloteo burgués, no dejaba de ser una oportunidad nada
fácil de sacarle partido, estando todavía prohibido en la mitad de la Europa
semifeudal y semiabsolutista. Sólo el transcurso del siglo después
hizo replantearse seriamente esta cuestión, en lo que ya podíamos
considerar un importante movimiento comunista inspirado en la obra y
pensamiento marxista, y al que le llegaba su momento de gracia. La
sección italiana del Partido Comunista, de la mano de los
bordiguistas, fue partidaria de optar por una trayectoria particular,
relativa a la postura considerada frente a la institución
legislativa, distinta a la que propuso la rusa, formada en los
planteamientos de Lenin.
LO QUE LOS
COMUNISTAS NO PUEDEN HACER SUYO DURANTE MÁS TIEMPO, O LO QUE EL EEC HA INAUGURADO
"La
estabilidad presupuestaria, consagrada constitucionalmente, es base
para impulsar el crecimiento económico [...]
crear oportunidades a los emprendedores [...]
como para ofrecer seguridad a los inversores respecto a la capacidad
de la economía española para crecer y atender nuestro compromiso
[...]."
(Preámbulo
del Boletín Oficial del Estado del lunes 30 de abril de 2012)
Se anunciaba, desde
la institución monárquica, la necesidad del Estado español,
en consonancia con el principio de la estabilidad presupuestaria (y
con otros "derechos" que no menciona y que tampoco aspira a
vulnerar para lograrlo) ya vigente en su Constitución, de reducir
el gasto público, con el objetivo del crecimiento económico, o de
facilitar el emprendimiento empresarial. En otras palabras, un reajuste fiscal,
en el que se redirigiese la redistribución de renta hacia los
capitalistas a costa, fundamentalmente, de minimizarla con respecto
a los trabajadores. Y este reajuste fue finalmente integrado en la
ley de mayor rango y mayor difícil modificación: la Constitución.
Esta predisposición
de la Unión Europea, que llevó a los Estados a incorporar a sus
sistemas legales los procedimientos de aplicación de reducción del
gasto público dictados, marcó el inicio de un período crítico
reseñable para la izquierda, en la socialdemocracia de contenidos,
no de nombre, hace mucho fuera de ella.
La incorporación de
tales procedimientos situaba a los programas reformistas, cada vez
menos políticos y más electorales, en la tesitura de verse
enfrentados con una legalidad escrita que ya no toleraba lo
suficiente su aplicación, o verse abandonados de facto.
La marginación
política de los comunistas nunca fue una decisión alternativa
válida. Si Lenin dijo que "no hay nada más peligroso que
rebajar en las épocas revolucionarias la importancia de las
consignas tácticas estrictamente conformes a los
principios", presumiblemente porque diluía rápidamente el
liderazgo revolucionario de las masas, durante la revolución democrática, en el reformismo,
podemos plantearnos igualmente peligroso el que sobrerrepresentar un
nostálgico discurso revolucionario, y más aún, utilizarlo como
recurso de diferenciación ineficaz del reformismo en épocas
alejadas de la revolución, condene al aislamiento social y político.
Pero, en cualquier caso,
el ciclo de crisis de la socialdemocracia reformista se cerró en el
momento en el que sus representantes griegos renegaron
definitivamente de sus programas, y sus representantes españoles
guardaron un cómplice silencio anticipador de lo que serían sus
comportamientos en una hipotética situación análoga a la de sus
socios mediterráneos.
La esclavización a
los planteamientos reformistas tampoco fue nunca una opción. Los
comunistas griegos lo han demostrado, como el Partido Comunista de
Rusia (bolchevique) (Sección de la Internacional comunista) lo
demostró al romper con el reformismo belicista.
La hora de esta
socialdemocracia parece haber terminado. Prefirió sustituir su
autoproclamado cariz "radical" por uno de clases medias, y
sintonizar con una perspectiva interclasista y nacionalista de la crisis del capitalismo liberal, que recuerda a la perspectiva
adoptada por la mayoría del Partido Socialdemócrata de Alemania
(SPD) antes de la II Guerra Mundial, cuando el capitalismo se
preparaba para la guerra y demandaba la colaboración de clases; los
comunistas decidieron que era hora de continuar por su cuenta, pues.
Prefirió aliarse con el populismo y el ciudadanismo, después de
haber convivido durante tiempo con el liberalismo keynesiano, y se
sumó al proyecto de falsificación y teatralización de la
democracia burguesa.
La participación
comunista en una farsa tampoco debe ser una decisión válida. Se
puede rememorar al respecto la posición sostenida por el Partido
Comunista de Italia (Sección de la Internacional comunista)
entre 1921 y 1924.
Quisiera haber
mencionado la Liga de los Comunistas al principio de este
artículo, y su actitud crítica y dialéctica característica que fue construyendo el rico tejido histórico que hoy tenemos a nuestra disposición (algunas de cuyas hiladas he tratado de ilustrar por encima), para mencionar otra vez más, a continuación (y de paso hacer
propaganda a tal prometedor proyecto de reconstrucción del diálogo
comunista), al Espacio de Encuentro Comunista, que celebrará su III Asamblea durante los días 12 y 13 de marzo en la sede del Sindicato de Comisiones de Base (Co.bas) de Madrid. Ello sin olvidar una cosa, ni tampoco insinuar su contrario:
a saber, el esfuerzo reflexivo y abierto que la lucha de clases
demanda de los participantes del mismo, en un momento de especial
debilidad histórica comunista en un mundo en donde el pensamiento
único burgués, habiendo invadido y contaminado millones de
conciencias (especialmente desde los años 90), amenaza ahora con
violar todo tipo de independencia intelectual. El trabajo será arduo
y difícil, y estoy convencido de que requiere de la reconstrucción
de un sólido diálogo comunista que se me antoja analogar, aún con
todas las excepciones que caben, con el de la Liga de los
Comunistas.
Los comunistas del
EEC han demostrado en su I y II asamblea que tomaron el camino
correcto. Creo que cualquiera que esté siguiendo esta exposición sabe que
no sólo lo digo por la tolerancia y voluntad unitaria entre los
comunistas que participan y son parte de tal espacio. Si en este
artículo se ha hablado del debate reforma-revolución, ha sido principalmente por varios motivos, entre los que se encuentran mi consideración y
recordatorio del enorme error en el que se cayó en el pasado al
identificar revolución social con una insurrección ausente siquiera
de signo proletario alguno o directamente con el mero golpismo
derechista, así como la intención de ejemplificar algunas de las decisiones históricas comunistas (esta, en particular, ya superada desde la implantación del pensamiento de Marx en el planteamiento comunista desde su ingreso en la Liga). Pero entre esos motivos por los que hablé de dicho
debate no está el de hacer proselitismo alguno de la reforma, porque
los comunistas del EEC saben de sobra de la necesidad de la acción
revolucionaria de la clase trabajadora y de la necesidad de
transgredir el código legal burgués; necesidades que siempre fueron
consecuencia lógica del factual origen económico
antidemocrático-capitalista de la desigualdad social y del poder que
lo provoca, y no del colectivo político propiamente dicho ni del
Estado, aunque sus leyes lo autorreferencien como origen de la misma, y los desclasados postmodernos hagan algo parecido pero con la cultura.
El paso a la
"concentración en lo clandestino" (como me da por llamar a
la ruptura definitiva con el Estado burgués a mí, que me he
recreado en la idea de que es necesaria, en general, una simbiosis de
ambos planos del trabajo político de los comunistas), más aún, una
reunificación organizativa que permita liderar tal proceso, ha de
ser, tal y como lo ve el que está escribiendo este mediocre
artículo, batido y rebatido constantemente para no caer en los
errores pasados, hasta que se den unos condicionantes que lo
permitan. Hasta que se consolide una auténtica cultura de relaciones
fraternales en la que no sea posible más que retroalimentarse,
utilizando la rica historia y experiencia comunista. No dejando
ningún monolito dogmático que sirva para que los enemigos de clase
utilicen como palanca.
El camino de la
constitución del Partido Comunista no comienza desde la situación
relativamente fácil de 1917. Marx y Engels, cuando dan vida a la
Liga de los Comunistas, están dando vida a un espacio
reflexivo, crítico y con voluntad de lucha y camaradería. Estaban
dando vida al Partido Comunista, el partido de la revolución
socialista y del comunismo, cuya necesidad para explicar al
proletariado el motor de la historia, el papel central que él mismo
juega en ella en este estadio histórico de la humanidad o el modo de
llevar a cabo lo que pide y desea, que lo demuestra en sus explosivos
momentos de lucidez de clase (el control de los medios de producción,
durante los episodios de incremento efímero de la violencia
revolucionaria: huelgas, ocupaciones de empresas, creación de
Consejos democráticos de Trabajadores, expropiaciones de propiedades
privadas, etc), proclamarían tan sólo un año después.
Ese es el reto que
el Espacio de Encuentro Comunista, a mi juicio, tiene por
delante, que ha comenzado a conquistar poco a poco, y que ha de
continuar edificando con cierta paciencia en la III Asamblea, para superar esta
coyuntura en la que pareciera –y sólo pareciera— que se anda un
siglo desfasados en cuanto a la madurez estructural del capitalismo
(falta de margen de maniobra de los Estados, agotamiento
socialdemócrata europeo, ruptura comunista griega, pequeña
burguesía en crisis, catalización del saqueo a la clase
trabajadora, etc) con respecto a la cohesión, coherencia y fuerza
que debiera de caracterizar a los comunistas.
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